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Paleobasureros arqueológicos


Cada yacimiento arqueológico excavado conserva información de nuestro pasado cultural ligado indiscutiblemente al medio ambiente y a nuestras costumbres. Los cambios climáticos, los recursos naturales explotables, la accesibilidad a esos recursos explican una buena parte del desarrollo de nuestra especie y, sobre todo, de los movimientos migratorios de los humanos como base de los cambios culturales registrados en cada estrato excavado.

El equipo del Laboratorio de Paleontología y de Paleobiología del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH) estudia los depósitos de huesos y conchas (elementos subfósiles) conservados en los yacimientos arqueológicos de los últimos 8000 años de la historia de Andalucía (y en ocasiones de otras comunidades). La reconstrucción de la historia de la domesticación animal, el efecto contaminante de las actividades humanas en el pasado (metalurgia, curtido de pieles, mataderos) y la modelización matemática de nuestro comportamiento trófico en la formación de basureros respecto a los modelos de otras especies productoras de desechos son los principales objetivos de este grupo.

Con el propósito de integrar algunas de las ciencias experimentales en el avance del conocimiento y la valoración del Patrimonio Histórico orgánico, el IAPH (Consejería de Cultura) y la Universidad Pablo de Olavide firman un convenio de colaboración del 13 de julio de 2011 para desarrollar un proyecto de excelencia concedido y financiado por la Consejería de Economía y Conocimiento de la Junta de Andalucía con el código HUM-6714 “Nuevo enfoque técnico-metodológico para la protección y conocimiento del patrimonio arqueológico orgánico: Paleobiología, ADN antiguo y análisis físico-químicos”.

Si bien es cierto que para tener acceso a la información natural de un yacimiento arqueológico se requiere la aplicación de las Ciencias Experimentales como la Zoología, la Botánica, la Ecología, la Física o la Química; también es cierto que en el desarrollo de este proyecto hemos podido demostrar que sin una conexión e implicación real entre las Humanidades y las Ciencias Experimentales no se puede avanzar todo lo que quisiéramos en la reconstrucción de nuestro pasado ni en la valoración de nuestro legado cultural tal como se merece el Patrimonio Cultural y Natural de Andalucía.

Los cientos de miles de huesos, conchas, fitolitos, granos de polen, fragmentos de carbón conservados desde hace miles de años en nuestro subsuelo y rescatados son escasamente motivo de estudio, menos del 2% de las más de 14.000 excavaciones autorizadas por la Consejería de Cultura tienen estudios de fauna. Esta falta de investigación nos hace perder parte de nuestro pasado, pero lo más grave es que desconocemos las dimensiones de ese pasado perdido que podría ayudarnos a entender mejor sobre quiénes somos los humanos antes y ahora.

Además, con la investigación paleobiológica de los yacimientos arqueológicos no sólo se contribuye a la Historia, sino que aplicando nuestros conocimientos ecológicos hemos proporcionado información útil para la gestión del patrimonio natural. A modo de ejemplo se exponen los casos de algunas especies animales que se hallan en estado de vulnerabilidad o en competencia con las especies autóctonas en nuestros ecosistemas, los galápagos y las ostras.

En los pozos del Monasterio de la Cartuja de Sevilla hay un magnífico registro conservado desde hace 400 años de dos grupos zoológicos que hoy en día manejamos para su conservación y explotación debido al estado vulnerable en el que se hallan. Estos pozos se han convertido en verdaderas “cajas negras” de un pasado que nos ayudarían a entender la Historia Cultural y Natural de esta región que permitió nuestro desarrollo y supervivencia. Esta supervivencia ha dependido de algunas especies que hoy en día tienen otro sentido en nuestras vidas.

Aún cuando el consumo de galápagos no está en nuestro menú diario, sigue siendo un recurso ilegal para la venta y consumo. La legislación ambiental protege los galápagos leprosos y europeos ante la vulnerabilidad en la que se encuentran sus poblaciones. Esta escasez de galápagos, sobre todo del galápago europeo, se adjudica a la fragmentación del hábitat, el grado de contaminación de los ríos y todas las causas que actualmente conocemos, pero desconocen que este declive pudo comenzar hace cientos años antes. Una posible y lógica explicación de este estado bien lo podríamos encontrar en los pozos de los monjes de los siglos XV al XVII de la Cartuja de Sevilla. Estos animales eran “pescados” probablemente en el Guadalquivir e iban, por cientos, a la galapaguera del monasterio, que aún existe en perfecto estado, para el consumo de los monjes y el prior. Ésta era una manera de comer proteína animal sin desobedecer a la orden que prohibía el consumo de carne terrestre (con excepciones del consumo de borrego en la Pascua), puesto que estos quelonios estaban considerados como peces. Si esta costumbre no era exclusiva de los monjes y la practicaba el resto de la población, la presión de los humanos sobre estos quelonios podría explicar la precariedad actual, no sólo por el consumo de hace 500 años, sino por el de más de 8000 años como hemos constatado en los niveles neolíticos de la Cueva de Santiago Chica en Cazalla de la Sierra (Sierra Norte de Sevilla).

Fig.1. Caparazón de galápago leproso procedente de los pozos del siglo XVI encontrados en las celdas de los monjes de la Cartuja de Sevilla durante los trabajos de excavación en 1989 dirigidos por el Dr. F. Amores. La alta frecuencia de  individuos conservados en cada pozo y los cortes de carnicería que pueden observarse nos indica un consumo habitual de galápagos en esta orden religiosa.

Fig.1. Caparazón de galápago leproso procedente de los pozos del siglo XVI encontrados en las celdas de los monjes de la Cartuja de Sevilla durante los trabajos de excavación en 1989 dirigidos por el Dr. F. Amores. La alta frecuencia de individuos conservados en cada pozo y los cortes de carnicería que pueden observarse nos indica un consumo habitual de galápagos en esta orden religiosa.

Las ostras son la otra especie afectada por nuestras costumbres tróficas de otros tiempos. Los restos de este molusco los encontramos como material de construcción de algunos edificios de nuestras ciudades (Arco de la Macarena de Sevilla, entre los sillares de piedra de la Universidad de Sevilla de la calle San Fernando), en los muladares de la Sevilla de la pequeña Edad del Hielo (ss. XIV-XVIII) o en las casas romanas de la ciudad de Málaga. Además de constatar la utilidad que tenían como material de construcción, un estudio sobre la evolución del tamaño a lo largo de los siglos XIV al XVIII detectó que el tamaño más pequeño se registró en los yacimientos de la segunda mitad del siglo XVI de Sevilla, cuando hubo un exagerado aumento demográfico de la ciudad de Sevilla en relación al comercio y las migraciones de europeos a América (de 40.000 habitantes en el siglo XV a 120.000 en el XVI). La idea que tenemos en la actualidad sobre el consumo de ostras es que es una comida ocasional y cara que no aparece a diario en nuestros cubos de basura y mucho menos en las cantidades en las que las encontramos en el subsuelo de Sevilla. Esta conjunción entre el aumento de la población de Sevilla y el descenso de tamaño de las ostras en este siglo XVI parece señalar una sobreexplotación de las ostras. Algo que estaría en consonancia con la documentación de la época donde se ve que las ostras no tenían esta misma connotación exclusiva y elitista que podría tener ahora. En el siglo XVI se obtenía un par de ostras por cuatro maravedíes (el salario de un trabajador del muelle era de unos 300 maravedíes), un precio asequible para la población y, por lo tanto, para un consumo de ostras diario y popular.

A partir del siglo XVIII al XIX hubo un gran problema con la ostra en el litoral español y se recurrió a los criaderos de ostras procedentes del Sur de Francia Aún hoy se puede leer en las noticias del Diario de Cádiz como en Conil se crían ostras de Francia en mar abierto y nos planteamos qué ocurre con la especie autóctona, si no ha desaparecido y estamos repoblando nuestros ecosistemas marinos con una supuesta especie “invasora”.

Este proyecto se organizó bajo tres objetivos con tres grupos de especialistas: Paleobiólogos, genéticos y físico-químicos. La dirección de todo el proyecto estaba encaminada al reconocimiento científico del valor patrimonial cultural de los paleobasureros y a maximizar la aplicación de las Ciencias Experimentales para proteger el Patrimonio Arqueológico Orgánico. Los objetivos específicos estaban encaminados a definir al humano y al animal que somos, primero con un estudio paleobiológico de los paleobasureros que produjeron nuestros antepasados expresado en un modelo matemático e intentando reconocer los cambios culturales y las actividades humanas (mataderos, industria ósea, habitaciones, silos, depósitos de abonos, ensilaje). El segundo objetivo era conseguir rescatar ADN antiguo para determinar el origen de las especies de animales consumidos, tanto domesticadas, vacas, ovejas, cabras, cerdos o caballos, como silvestres, ciervos y conejos; y con ello, tener un criterio más para establecer las vías de entradas de las culturas que aportaron nuevas especies a nuestra fauna, como las ovejas y las vacas de Oriente, los asnos o las gallinas del Próximo Oriente. Y el tercer objetivo estaría encaminado a descubrir huellas de nuestras actividades industriales a través de las contaminaciones por metales de los huesos conservados en esos paleobasureros. Como ya se mencionó, fabricar cerámica es una de las actividades más insalubres que hemos generado los humanos y aún más en época islámica, el plomo, el cobalto o el manganeso son elementos unidos a los colores de las cerámicas que inhalamos dejando muy mermada nuestra salud.

El grupo de paleobiólogos ha analizado 28 yacimientos arqueológicos de nuestra región con más de 50000 restos determinados, medidos y observados hasta que han proporcionado un protocolo sobre cómo debe participar el paleobiólogo en los proyectos desde el primer instante y qué puede demandar el arqueólogo al paleobiólogo. En muchos casos el arqueólogo piensa que la respuesta a algunas incógnitas está en un análisis químico y no siempre los resultados responden a su cuestión.
Cada uno de los yacimientos arqueológicos estudiados en el proyecto de excelencia que el que hemos trabajado en los últimos cinco años ha contribuido a la Historia de Andalucía de los últimos 8000 años desde el punto de vista histórico y natural. Se ha aportado nuevas tesis de trabajo como la de la temprana elaboración de abono, al menos desde hace 5000 años, en Valencina de la Concepción; que la piel de los techos de la Alhambra de Granada era de vaca según el estudio genético realizado por la Dra. Jennifer Leonard, o que la actual Coria del Río era la Doñana del siglo XII (con restos de águilas, patos, cigüeñas).

Los resultados del estudio de los paleobasureros y depósitos rituales de esos 28 yacimientos han aportado una historia no para añadir a la del director de la excavación sino para engarzarla. Para llegar a esto todos tenemos que entender qué estamos haciendo y garantizar los resultados. Eso es lo que se ha conseguido con este proyecto, además de proporcionar información histórica, hemos comprobado que los desechos siguen unas pautas de depósito, que la basura no es caótica.

Hemos descrito un modelo matemático del comportamiento trófico registrado en la basura, de modo que los desechos de nuestros antepasados siguen unas reglas muy parecidas a las de los jabalíes en el campo cuando acaba con las carroñas y hasta de las hienas, pero hay algo que nos diferencia y es que somos no sólo una especie elegida, sino una especie que elige lo que se va a comer y cómo lo va a distribuir entre sus congéneres. Hemos elegido domesticar, sin desechar la caza y la recolección, somos los mejores recicladores del ecosistema y de eso nos hemos asegurado con el modelo matemático que nos ha permitido reconocer lo importante que son los basureros para descubrir al “animal” y al humano que llevamos dentro. Cada yacimiento como el Carambolo de Camas, Calle Alcazaba de Lebrija, Castillo de Palos, los yacimientos de Gilena, La Gallega, el Entorno de la Pastora de la provincia de Sevilla, calle Dos Aceras de Málaga, la Almagra de Huelva, la Bahía de Cádiz y así hasta 28 lugares excavados por 28 direcciones distintas, nos ha permitido modelizar matemáticamente un ente supuestamente caótico como es el basurero. Este modelo registra el comportamiento trófico de los humanos comiendo, tirando y formando basureros que llegan a ser verdaderos tesoros del pasado y es una piedra de toque que mide la pérdida de información que ha experimentado los animales que se enterraron con o sin intención de quiénes originaron el depósito.

El segundo grupo de científicos han intentado obtener microinformación, esa para la que tenemos que desarrollar técnicas que requieren muchos recursos como es la Genética. Bajo la responsabilidad de la Dra. Jennifer Leonard de la Estación Biológica de Doñana se han analizado más de 700 muestras de huesos con el objetivo de extraer el último resquicio de vida del animal, el ADN antiguo. Es una de las grandes sorpresas de este proyecto, con la colaboración del Dr. Ludovic Orlando de la Universidad de Copenhage, ha sido posible sólo obtener escasa información de algunos caballos, un oso rescatado en los niveles romanos del Patio de Banderas del Alcázar de Sevilla (fig.2), de algún perro y de una ballena que acabó siendo un cepillo de carpintero. Es decir, que hay que desarrollar nuevas técnicas en busca de un “tesoro natural” porque existe un gran riesgo de contaminación, y de malas prácticas como la de lavar los huesos que desnaturaliza las cadenas de ADN. De este trabajo se ha originado otro protocolo en el que aún se está trabajando para que el arqueólogo y el paleobiólogo de campo sepan manejar los huesos hasta llegar al laboratorio de genética donde reconstruir el origen geográfico de la especie y la evolución que ha experimentado, algo que nos llevaría a reconocer los movimientos migratorios de los humanos que les guiaron hasta regiones muy distantes de sus orígenes.

Fig.2. Excavación arqueológica dirigida por el Dr. M.A. Tabales en el Patio de Banderas del Alcázar de Sevilla. Un fémur de oso fue encontrado en los niveles romanos de los siglos IV-V y está siendo analizado genéticamente con el objetivo de reconocer el origen geográfico de este animal.
Fig.2. Excavación arqueológica dirigida por el Dr. M.A. Tabales en el Patio de Banderas del Alcázar de Sevilla. Un fémur de oso fue encontrado en los niveles romanos de los siglos IV-V y está siendo analizado genéticamente con el objetivo de reconocer el origen geográfico de este animal.

El tercer objetivo de este proyecto ha sido identificar los efectos nocivos de las actividades cotidianas de los humanos, las herrerías, las tenerías o los mataderos han sido fuente de contaminación, sobre todo se ha analizado el efecto de los metales en los animales domesticados. Los resultados han permitido elaborar un tercer protocolo sobre la preparación de las muestras antes del análisis físico-químico. Según el método de limpieza de los huesos usado antes de analizarlos en el Centro Nacional de Aceleradores, los resultados varían. El doctorando de este proyecto junto con las Dras. Blanca Gómez e Inés Ortega han conseguido mediante ensayos una técnica de preparación que no interfiere en los resultados reales y hemos comprobado que en el pasado también había contaminaciones como las de cobre, muy graves para la salud de la población y del ganado. En el yacimiento de la calle Dos Aceras de la ciudad de Málaga se rescató el esqueleto completo de un asno enterrado en un alfar nazarí del siglo XIV (fig.3), encontrarlo así nos indicaba que la población cumplía las leyes del Corán que prohíben su consumo, pero lo más interesante era si estaba relacionado con el alfar. La fabricación de cerámica vidriada conlleva una alta contaminación que afectaría a la población y al resto de los seres vivos de la zona. En un primer estudio la contaminación en plomo, cobalto, hierro y otros elementos relacionados con el vidriado y los colores era muy alta, pero la aplicación de un protocolo de preparación de la muestra reveló que ese asno no estaba contaminado, no debía ser el burro del alfarero.

Fig.3. Esqueleto de asno enterrado en el interior de un alfar nazarí del siglo XIV en la calle Dos Aceras de la ciudad de Málaga hallado durante los trabajos de excavación dirigidos por Dª. C. Iñiguez. Los análisis químicos no indican que este animal estuviese relacionado con la actividad alfarera, ya que los niveles de metales pesados, que están relacionados con la fabricación de cerámica, presentaban niveles no contaminantes.
Fig.3. Esqueleto de asno enterrado en el interior de un alfar nazarí del siglo XIV en la calle Dos Aceras de la ciudad de Málaga hallado durante los trabajos de excavación dirigidos por Dª. C. Iñiguez. Los análisis químicos no indican que este animal estuviese relacionado con la actividad alfarera, ya que los niveles de metales pesados, que están relacionados con la fabricación de cerámica, presentaban niveles no contaminantes.

A este conocimiento generado y a los protocolos elaborados hay que añadir otros productos como la formación de un nuevo doctor en Paleobiología (Esteban García, becario de la Universidad Pablo de Olavide) y de varias estancias en el IAPH, la filmación de un documental financiado por la FECYT, de participaciones en la Noche de los Investigadores, en Café con Ciencia de la Semana de la Ciencia y publicaciones divulgativas dirigidos a todos los públicos y conferencias, congresos y 27 publicaciones científicas dirigidas a los especialistas.

El producto más importante que se pretendía conseguir es el reconocimiento de que la Historia se enriquece de este tipo de resultados, pero también de que se necesita un soporte legal para que los equipos de investigadores arqueólogos sumen un paleobiólogo entre sus filas, en Historia y en Medio Ambiente, debemos reconocer que sin el conocimiento de ambas partes estamos tirando a la basura nuestro patrimonio cultural y natural.
Eloísa Bernáldez Sánchez.
Jefa de proyectos del Laboratorio de Paleontología y Paleobiología.
Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico


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