El Comité del Patrimonio Mundial, en su cuadragésima reunión (Estambul, 2016), decidió inscribir el Sitio de los Dólmenes de Antequera en la Lista del Patrimonio Mundial al cumplir los criterios (i), (iii) y (iv) como un bien cultural en serie.
Se trata de una de las más antiguas y originales formas de monumen-talización paisajística mediante la integración de arquitectura megalítica y naturaleza que se conoce en la Prehistoria mundial, un gran centro ritual cuyo origen se remonta a la primera mitad del IV milenio ANE.
Situado
en el centro de Andalucía, en el sur de España, el sitio comprende tres
monumentos megalíticos: los dólmenes de Menga y de Viera y el tholos de El Romeral, además de dos
monumentos naturales: las formaciones montañosas de La Peña de los Enamorados y
El Torcal, que constituyen dos referencias visuales en el corazón del bien.
Edificados con grandes bloques de piedra, estos monumentos conforman cámaras
recubiertas de dinteles o falsas cúpulas.
En la Prehistoria, el Sitio de Antequera, como nodo natural de
itinerarios de largo recorrido entre mares y continentes, y de encuentro de
pueblos y culturas diferentes, dio lugar al nacimiento de unos modelos
arquitectónicos sobresalientes y a una cultura basada en la excepcional
interacción con el paisaje, en la que las construcciones megalíticas.
Se trata de una cultura en la que los hitos naturales adquieren
el valor de monumentos mientras que las construcciones se presentan bajo
apariencia de paisaje natural. Esta íntima relación cultura-naturaleza se
manifiesta especialmente en la orientación precisa de los megalitos.
Los megalitos antequeranos, construidos en el
período Neolítico (Menga y Viera) y en la Edad del Cobre (El Romeral) son uno de los mejores y más reconocidos
exponentes del Megalitismo europeo y fueron utilizados con fines rituales y
funerarios.
La vinculación física y conceptual con el entorno natural es un
hecho común en el fenómeno megalítico, sin embargo en el Sitio de Antequera lo
realmente original es que no se trata de dos hechos disociados donde los
valores naturales se sumarían a los culturales -como ocurre en bienes de
Patrimonio Mixto, natural y cultural-; sino que su excepcionalidad se deriva
del estrecho e íntimo diálogo establecido entre la arquitectura megalítica y la
naturaleza; un hecho que le dota de una relevancia única de escala universal y
que no tiene paralelo en la lista de Patrimonio Mundial ni en otros bienes
reconocidos del mismo tipo.